Las relaciones entre Colombia y China entran en la edad adulta

colombia-china (2)El Tiempo. Han transcurrido 35 años desde el 7 de febrero de 1980, cuando Colombia y China establecieron sus relaciones diplomáticas. Con este motivo, acaba de ver la luz un precioso libro-álbum: China y Colombia, 35 años de travesía diplomática.

Cuatro presidentes colombianos han visitado a China en este período: Ernesto Samper, en 1996, Andrés Pastrana, en 1999, Álvaro Uribe en 2005 y Juan Manuel Santos, en 2012. La más alta autoridad gubernamental china en llegar a Bogotá fue el primer ministro Li Keqiang, en mayo del presente año, para las ceremonias conmemorativas, acompañado del nobel de literatura Mo Yan.

 En lo comercial, se destacan las exportaciones de petróleo colombiano a China, y en cuanto a inversión, el peso sustancial lo registran empresas como Huawei (celulares y nuevas tecnologías), Fotón (vehículos de carga pesada) y Sinopec (petróleo) establecidas en Colombia por el gigante asiático.

Respecto de las inversiones nuestras allí, casi nada que señalar, y ese ‘casi’ está representado por seis laboratorios de vacunas antirrábicas y contra la encefalitis fundadas por el doctor Eduardo Aycardi.

Pero, ¿cómo fue el inicio de estas relaciones? Eran momentos de la Guerra Fría, cuando a la Unión Soviética y a la China Popular se las estigmatizaba con los rótulos de ‘cortina de hierro’ y ‘cortina de bambú’. Colombia, como el centenar de países del autodenominado ‘mundo libre’, mantenía nexos diplomáticos con el régimen de Chiang Kaisheck, quien, tras su derrota frente a los ejércitos de Mao Zedong, se refugió en la isla de Taiwán y estableció allí un gobierno anticomunista, la República de China.

En 1958, según se relata en el mencionado libro, el Gobierno checo invitó a un grupo de parlamentarios, encabezado por Joaquín Franco Burgos, periplo que estos pretendían extender a Moscú y Pekín. Siendo Alberto Lleras presidente y con el entonces canciller Julio César Turbay Ayala en contra, Franco entiendió que su proyecto solo era viable si obtenía la venia del exmandatario Laureano Gómez.

Acudió al ‘monstruo’ (así lo llama, en alusión a su ultraderechismo) y le habló de su propósito de llegar hasta Pekín. Luego de un crispante silencio, Franco comprendió que el proyecto estaba salvado, cuando aquel le pidió que en esa incursión a China se informe bien acerca de las comunas populares de Mao Zedong.

En 1977, el único integrante de la clase dirigente colombiana ubicado a la izquierda que ha llegado al solio de Bolívar, Alfonso López Michelsen, parecía el llamado a establecer las relaciones con China.
Lo único que pudo hacer, sin embargo, fue auspiciar la llegada a Bogotá de una selección futbolística china para enfrentar a una rudimentaria selección Colombia de entonces.

El maoísta Moir (Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario) fue el organizador de la competencia, que contó con unos 3.000 espectadores. Antes de su inicio, se oyeron los acordes de los dos himnos, pero cuando en segundo orden se escuchó una música, en el centro de la cancha los futbolistas chinos, en vez de patear la bola, comenzaron a dar vueltas al campo con la bandera de su país en alto.

Garrafal error diplomático, pues lo que sonaba era el himno de Taiwán, como si fuera un país, siendo que el gobierno de Pekín siempre lo ha considerado una provincia rebelde. Así fueron embaucados los músicos colombianos por funcionarios de la embajada taiwanesa que les entregaron el disco. Agitando pañuelos blancos, los asistentes conjuraron el impasse.

A unos meses de la posesión de Julio César Turbay como presidente de Colombia, desde la ONU los chinos procuraron contactos con nuestro país.

Pero la falta de agentes diplomáticos aquí, más el eco de la guerra fría, implicaban una gran dificultad para que se estableciera en Bogotá la agencia de noticias Xinhua, cuyo ingreso a un país lo consideraban los chinos un antecedente natural para el establecimiento de las relaciones diplomáticas.

Xinhua se fundó en Bogotá en 1979, gracias a una cadena de circunstancias, como la amistad trabada por el embajador chino en la ONU con su homólogo colombiano Indalecio Liévano Aguirre.

La vecindad de sus escritorios, en virtud de la cercanía alfabética de los nombres de China y Colombia, los convirtió en amigos. Esto, sumado a otro lazo de amistad, el del entonces canciller Diego Uribe Vargas con Consuelo Lleras, casada con Ricardo Samper –mi colega en la corrección de la versión castellana del ‘Libro rojo de Mao’–, hizo posible que un día del año 1979 Diego Uribe telefoneara a Consuelo para pedirle: “¿Quieres deletrearme los nombres de esos dos ‘piscos’ chinos para darles las visas?”.
Así lo hizo ella. Eran: Qiu Ling y Wu Huizhong.

¿Quién era Qiu Ling y cuál fue su rol en este trance? Era periodista, pero, más importante aún para su misión: médico acupunturista. Sus prodigiosas agujas le sirvieron para, poco después de su llegada al país y una vez enterado de viejas dolencias que aquejaban al presidente Turbay, moverse a sus anchas por el Palacio de Nariño.
En breve tiempo supo darle a entender al jefe de Estado que la pretensión de los chinos al querer abrir una embajada en Bogotá no era imponer el comunismo, sino oficializar los vínculos entre las dos naciones.

Habían pasado no más de tres semanas del día en que se estableció Xinhua, en el penthouse de la esquina de la calle 53 con carrera 30, cuando se produjo la toma de la embajada dominicana por el M19, situada en diagonal con aquella dirección. Corrimos a llamar a Qiu, apenados por haberle aconsejado ese local, pero lo sentimos contento de que su balcón se constituyera en una especie de observatorio de todo cuanto ocurría dentro de aquella sede diplomática.
Recapitulando: Mao Zedong había muerto hacía menos de dos años y apenas se sentía el eco de la revolución cultural.

En Colombia, quienes venían lidiando por la oficialización de las relaciones con China se ubicaban en dos coordenadas: una, la de Bogotá, compuesta por una lista de agrupaciones políticas como el Moir, por funcionarios, periodistas y empresarios, entre quienes aparecían: Francisco Ortega, Jorge Cárdenas Gutiérrez, Daniel Samper Pizano, Luis Villar Borda, Pepe Gómez, Guillermo Puyana Mutis, Lía y Moisés Ganitsky, Jaime Moreno y Graciela Gómez de Moreno; y la otra, algunos colombianos que se fueron a trabajar a Pekín con tiquete solo de ida y la visa impresa en un papelito aparte, para que, a su regreso, no fueran declarados parias. Entre ellos estuvieron Fausto Cabrera (padre del cineasta Sergio Cabrera), Alfonso Graiño (dramaturgo), Ricardo Samper Carrizosa (el primer ministro consejero escogido por el embajador Santodomingo), Enrique Posada y Elvia de Posada.
En septiembre de 1977 se produjo la fundación de la Asociación de la Amistad Colombo-china, uno de los motores del establecimiento de las relaciones.

Este no fue posible antes de 1980, sencillamente porque Colombia no podía anticiparse a la apertura de las relaciones oficiales de Washington con Pekín, que ocurrió en 1979. Las de Colombia las declaró fundadas Turbay Ayala como presidente, y al empresario Julio Mario Santo Domingo le otorgó el honor de constituirse en el primer embajador.
Fue un período de dos años que Santodomingo vivió en Pekín sin escoltas, usando bicicleta para trasladarse todas las tardes al Almacén de la Amistad, donde compraba yogur, al que consideraba el mejor del mundo.
Sus recepciones le merecieron el título de ‘casa noble’ a la sede de la embajada colombiana. Cuando la revista Amigos de China le preguntó alguna vez a Santodomingo qué había aprendido de los chinos, respondió: “La planeación a largo plazo”. “Suficiente”, agregó.

Destacamos en estos cinco lustros, del presente año hacia atrás, lo siguiente: 200 becas para estudiantes colombianos ofrecidas por el primer ministro Li en su reciente visita a Bogotá (2015), las exposiciones de la obra de Fernando Botero (2015), tres institutos Confucio fundados en Colombia: el de la Universidad de los Andes (2007), el de Medellín (2010) y el de la Universidad Jorge Tadeo Lozano (2013); los siete guerreros de Xian exhibidos en el Museo Nacional en 2006, y la primera visita del buque escuela Gloria a un puerto chino, acaecida en Shanghái en 1984.

Superamos con éxito dos eventos adversos a lo largo de esta etapa: uno, en el año 2005, cuando un puñado de congresistas, movidos más por intereses que por sentimientos, quisieron hacer pasar una supuesta ‘ley de promoción y regulación con Taiwán’, un auténtico torpedo contra el reconocimiento por Colombia de la existencia de una sola China.

La gran muralla de los amigos de China hizo abortar esa iniciativa, y la segunda, en el año 2010, cuando ya ‘ad portas’ de la inauguración de Expo Shanghái, el Gobierno colombiano se mostraba renuente a desembolsar el dinero que costaba el estand del país, China ordenó una reducción de la cifra, y evitó de este modo que estuviéramos ausentes de una vitrina que convocó a cerca de 180 naciones.

Atrás, convertidas en lugares comunes, quedaron dos frases, una de ellas, atribuida a Turbay Ayala, según la cual Colombia estaría en capacidad de saldar su deuda externa con tal de que los cientos de millones de chinos consumieran una tacita de café al día, y la otra, pronunciada un tiempo después por el gerente de las tiendas Juan Valdez, quien al responder a una pregunta sobre la posibilidad de que Colombia abriera una de estas tiendas en el gigante asiático, sentenció: “China es té”. Hasta hoy no se ha abierto la primera.

Finalmente, un gesto, el de un importante dirigente gremial colombiano, quien, en medio del discurso del presidente Juan Manuel Santos en la cena ofrecida al premier Li Keqiang, en mayo pasado, en momentos en que aquel presintió que el gobernante se referiría a un tratado de libre comercio entre Colombia y China, apretó la mano contra la boca. ¿Miedo a qué y hasta cuándo?

Por esa misma época, nuestra ministra de Comercio respondió a un periodista que le preguntó por ese tema: “Es algo que no está en la mira del Gobierno”. ¿Qué dirá cuando los otros tres socios de la Alianza del Pacífico quieran un acuerdo multilateral de ese carácter con China?

En el último decenio, registran un crecimiento de 15 veces las exportaciones de Colombia a China, que se ha convertido en su segundo socio comercial. El intercambio comercial fue de 17.545 millones de dólares en 2014.

Sin embargo, el déficit de nuestra balanza es grande, cerca de 7.000 millones de dólares. La única respuesta posible a esto es variar nuestra oferta exportable y ofrecer precios competitivos.

ENRIQUE POSADA CANO
Director del Instituto Confucio y del Observatorio Asia Pacífico de la de la Universidad Tadeo Lozano. Novelista y cuentista, y autor de libros sobre China.

Fuente. El Tiempo

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